La era de los ‘perrhijos’: así se afianza el modelo de familia multiespecie en un país con más perros que niños


  • En España hay más de nueve millones de canes frente a los menos de siete millones de menores de 15 años
  • Su integración en las familias aumenta: hay custodias compartidas, aparecen en testamentos y se les despide en velatorios

«No sé lo que es salir corriendo al pediatra, pero sí sé lo que es salir corriendo al veterinario rogando que todo salga bien. No sé lo que es llevar a un hijo al colegio, pero sí sé lo que es sacarlos a pasear y verlos felices.

No sé qué es que te digan mamá, pero sí sé qué significan esos ladridos y esos saltos de emoción cada vez que llego a casa. No importa que tengan cuatro patitas, son mis hijos y daría cualquier cosa por ellos».

Raquel se expresa así, en una publicación de Instagram que acompaña del hastagh #mamaperruna. Sabe que sus palabras «ofenden» a algunas personas, pero a ella no le importa lo que piensen los demás. Tiene claro que «madre e hijo no son siempre de la misma especie».

«Hay gente que no entiende ese vínculo que hay entre un perro y una persona, y que se queja cuando los comparas con los niños. Para mí es un sentimiento tan grande y tan fuerte que me resulta imposible explicarlo.

Verlos felices a ellos es mi felicidad», cuenta esta mujer de 40 años en una conversación con RTVE.es.

Keyra y Enzo son, para ella, lo que muchos denominan cariñosamente como «perrhijos», un concepto ligado a un nuevo modelo de familia multiespecie cada vez más asentado en España, país en el que ya hay más perros que niños: son más de 9,3 millones de canes, según datos de ANFAAC, y algo menos de 6,7 millones los niños menores de 15 años, según el padrón de 2021.

En la capital, el número de canes ya triplica el de menores de tres años, según el censo de animales del Ayuntamiento de Madrid y el INE. La comparativa es más llamativa, si se pone el foco en los niños menores de 10 años, como muestra el gráfico:


«Lo que ese dato nos dice primero es la dificultad que existe en España para tener niños.

Somos uno de los países del mundo —ya no digo de Europa, que también— sino que somos uno de los principales países del mundo en los que se tienen menos niños (…) pero detrás de ese dato también está un cambio social muy profundo», avanza el sociólogo Luis Ayuso, catedrático de Sociología de la Universidad de Málaga.


No poder o no querer tener hijos, pero sí perros

Antes de entrar en los detalles de la «transformación», el investigador explica cuál es el contexto demográfico. «La Encuesta de Fecundidad nos dice que de 18 a 29 años no se tienen hijos porque se considera que somos muy jóvenes para tenerlos; de 30 a 34 no tenemos hijos porque no tenemos un nivel económico para poder tenerlos; de 35 a 39 no se tienen porque no se encuentra la pareja con la que tenerlos, y de 40 en adelante no se tienen hijos porque no podemos tenerlos. Queremos, pero a esa edad ya no podemos».

El índice de hijos que se tienen en España, subraya, es «bajísimo», y se debe a una multiplicidad de factores más amplia de la que menciona en su resumen. Lo que ocurre es que, mientras los nacimientos siguen en caída libre, más personas optan por conformar una familia interespecie, integrando al can como un miembro más. Entre ellas, esas que no pueden o no quieren tener hijos.

Alejandro (40 años) no tiene hijos porque no se han dado las circunstancias para planteárselo. Actualmente está soltero y convive con sus dos perros, a los que, admite, trata como si fueran hijos, pero sin olvidarse de que son animales.

«No son sustitutos de hijos como tal pero es lo más parecido (a la paternidad) que he sentido hasta ahora, a nivel de sentimientos, por cómo ellos te devuelven ese cariño que a lo mejor se recibe de un hijo.

Como no tengo niños, no puedo comparar, y entiendo que sí son mis ‘perrhijos’, dice.

En el caso de Esther, fueron las dificultades para conciliar y la precariedad laboral lo que motivó la decisión de no tener descendencia: «Me han criticado mil veces que tenga perros y no tenga niños, y siempre digo lo mismo: tal y como está la vida, yo he tenido que trabajar a veces 12 horas, de lunes a domingos, y coger todo lo que pille. ¿Qué hago con un bebé? (…)

Llevamos todos una vida tan rápida, de tener que trabajar muchas horas para sobrevivir, que no tenemos tiempo para tener hijos. Y a mí eso de tenerlos para que los críe otro siempre me ha parecido muy egoísta», cuenta Esther (49 años), que trabaja como dependienta en una tienda y que «comparte piso» con tres perros adoptados: Andrés, Sora y Horus.

Cada mañana, explica, antes de irse a trabajar se deja «a los niños apañados» (paseados y alimentados) y se va tranquila de casa, sabiendo que estarán bien hasta que ella regrese. Sus jornadas serían muy diferentes, en cambio, si hubiera decidido tener hijos.

Lara (29 años) y su pareja, de momento, no tienen esa decisión tomada, pero confiesa que ahora mismo llevan «una vida muy cómoda» porque cuidar de Robin, su perro, no les ha supuesto un cambio muy brusco en sus vidas. Sí «condiciona» su agenda, porque le dedican bastantes horas a su bienestar, pero no cuesta tanto mantenerlo a él (en tiempo y en dinero) como a un niño.

Esto que cuenta la joven también lo destaca el sociólogo como un factor significativo que influye en el descenso de la natalidad entre los menores de 35, castigados por dos crisis y dueños de una vida bastante distinta a la que tuvieron sus padres.

«Tener un animal de compañía te da una gratificación muy importante y tiene menos coste. En términos racionales, tienen menos coste de tiempo, menos coste económico, menos coste de todo, y, a la vez, menos coste emocional, porque el coste emocional de un hijo es de por vida», apunta Ayuso. A eso le suma el hecho, dice, de que, a diferencia de lo que sucede con los niños, los animales no te vinculan a otra persona (al padre o a la madre) «de por vida».

Lucía (28 años) está acostumbrada a escuchar comparaciones entre perros y niños, y, aunque entiende por qué ocurre, ella no se siente «identificada»: «Si quisiera hijos, tendría hijos, no perros, o ambos, pero no los equiparo, no creo que sea algo mejor ni peor, simplemente diferente».

La «transformación social»: búsqueda de emociones, envejecimiento social y soledad

La Encuesta Social Malagueña (ESMA) que realizó el Centro de Investigación Social Aplicada de la Universidad de Málaga (CISA) el pasado año fue pionera por incluir preguntas sobre la relación entre animales domésticos y humanos.

Entre ellas, si duermen en la cama, si se despiden de ellos antes de salir de casa o si le confían cosas que no contarían a nadie. También se preguntó si se puede llegar a querer más a un perro o un gato que a un miembro de la familia más cercana y si se les debe tratar como a las personas.

Aproximadamente un 40% de malagueños respondieron afirmativamente a esas dos últimas cuestiones que, si han llegado a formar parte de una encuesta de esas características, es también por la relevancia que han adquirido las llamadas mascotas dentro de la sociedad. El siguiente gráfico muestra la proporción de niños y animales de compañía (incluyendo no solo perros, sino también otras especies) en Madrid y Barcelona:

«El tema de los animales es un indicador de la importante transformación social a la que estamos asistiendo. Es una transformación de valores y una tendencia hacia una sociedad cada vez más digital y más emocional, donde lo importante es el sentir y el cómo proyectamos esa emocionalidad. Da igual que sea hacia una persona, un animal o una cosa (… )

En ese sentido, proyectamos hacia los animales domésticos ese sentimiento que tradicionalmente proyectamos hacia las personas. Por eso es un cambio tan revolucionario», apunta el sociólogo.

A esto se le suma la búsqueda de un «calor» animal que contrasta con la «frialdad» de las tecnologías; las características específicas del perro como un ser cariñoso y receptivo al que se puede educar e incluir en numerosos planes cotidianos; y el progresivo envejecimiento de la población.

«El principal problema al que nos vamos a enfrentar como sociedad avanzada y moderna va a ser al sentimiento de soledad. Los animales, y los androides o los robots, cuando lleguen, nos van a ayudar a sobrellevar esa soledad.

Hay que tener en cuenta que las parejas que ahora no han querido o que no han podido tener niños van a llegar a ser viejecitos solos y tendrán que replantearse su futuro de otra manera.

En el futuro vamos a tener una soledad muy grande y entonces tendremos que rellenarla. Lo que ya estamos viendo con los animales domésticos es que se está proyectando en ellos esa emocionalidad», agrega Ayuso.

¿Excesiva «humanización» de los animales?

Una crítica común que reciben quienes hablan de sus perros como un miembro más de la familia es que «humanizan» al animal, un término que, según Sofi Martens, etóloga y psicóloga canina, no es del todo preciso.

«El término humanizar está mal dicho porque nosotros hemos humanizado a los perros hace miles de años, lo que sí hacemos a veces es tratarlos como niños y eso, en algunos casos, puede ser antinatural para el propio animal.

La falta de límites, permitirles demasiado y no darles la vida que necesiten también puede provocar el efecto contrario y que los perros tengan muchos problemas. Evidentemente tienes que tratar a tu perro bien, pero siempre y cuando él todavía se pueda sentir perro», subraya.

A esta experta en comportamiento animal no le parece mal que se utilice la palabra «perrhijo» de forma cariñosa y se alegra del avance que se ha producido respecto a la forma de tratar a los animales, pero sí insiste en que «humanizar» en exceso hasta el punto de darle numerosos atributos humanos al animal puede ser perjudicial:

«Un perro al que estamos todo el rato peinando, vistiendo o llevándolo en el bolso a todas las tiendas puede desarrollar en un futuro problemas de conducta porque ellos tienen instintos animales y unas necesidades que deben ser cubiertas (…) Un perro necesita salir, olfatear, socializar…».

Respecto a los datos demográficos, Martens cree que si hay cada vez más perros en España es también porque resulta más fácil integrarlos en el día a día que años atrás. Aunque todavía haya algunas trabas, los animales domésticos pueden viajar en transporte público, ir a restaurantes o dormir en hoteles, recuerda.

«También nos hemos dado cuenta con la pandemia de lo difícil que es estar en soledad y de que un animal te hace muchísima compañía. El amor que ellos te transmiten es incondicional. Ellos no quieren nada a cambio», añade la educadora canina.

De todo lo expuesto se deduce que cada vez parecerá más lejana la idea de que los perros son solo animales de guarda o de trabajo, y cada vez serán más comunes las escenas que describen las «familias perrunas» entrevistadas, quienes, aseguran, no caen en esa humanización excesiva; dicen conocer perfectamente las necesidades que tienen estos animales, pero se vuelcan al máximo para garantizar que estén cubiertas y disfrutar al máximo de su compañía.

Esther cuenta que en su familia tiene una «etiqueta» por ser la que nunca forma parte de los planes de verano en la playa. Ella sabe que sus perros allí no son bienvenidos y opta por quedarse con ellos en Madrid porque son su «prioridad».

También para Raquel los perros son lo primero: «Donde vamos nosotros van ellos. Ahora hemos estado de viaje y se han venido (…) Cuando es su cumpleaños les compro sus tartas y les hago fotos con globitos y todo.

Lo hago igual que si fueran niños. Son lo mejor que tengo en la vida, la verdad», dice. Después, explica que los perros forman parte de la economía familiar y que solo en la dieta Barf (alimentación natural cruda) gastan unos 200 euros al mes.

Lucía también le da dieta Barf a sus perros y eso supone, dice, «hacerles la comida». Además, los somete periódicamente a analíticas de sangre y de heces para tener «su salud bajo control» y con frecuencia planifica las vacaciones a su medida.

Lara, por su parte, cuenta que organiza su agenda para asegurarse de que Robin tenga siempre sus «cuatro paseos diarios» y tampoco escatima a la hora de darle todo lo que pueda ser beneficioso para su salud.

Normalmente le compra piensos naturales de marcas catalogadas como ‘premium’, pero ahora también está probando una alimentación más casera a través de una empresa que envía los menús de carne y pescado refrigerados a domicilio.

La existencia de este servicio que ya ofrecen diferentes marcas es solo una muestra de que este nuevo modelo de familia también es un filón económico. Según datos de la Asociación Española de la Industria y el Comercio del Sector del animal de Compañía (AEDPAC), las mascotas mueven 2.000 millones de euros al año en España. Además, en 2019, los españoles gastaron de media 1.260 euros al año en sus animales, un 7,3% más que dos años atrás y posiblemente menos de lo que se invierta ahora, en 2022.

Custodias compartidas, testamentos o velatorios

Sobre esto, Ayuso opina que, igual que el «negocio de los niños» fue creciendo hasta ofrecer infinitos productos para la infancia, poco a poco seguirán creciendo las opciones para las familias multiespecie. Prevé, por ejemplo, que cada vez haya más peluquerías para perros, más bares en los que se pueda entrar con ellos y hasta nuevas actividades de ocio que los incluyan.

La modificación del Código Civil que el pasado año brindó a los animales la categoría de «seres sintientes» puede que también afiance el lugar que ocupan en la sociedad y todavía está pendiente que se apruebe una ley de Bienestar Animal que, previsiblemente, traería nuevos avances.

Ya en los últimos años se ha ido viendo cómo los animales domésticos, sobre todo los perros, pero también los gatos, han ganado presencia en espacios físicos o jurídicos en los que hace varias décadas sería impensable que estuvieran. Por ejemplo, empieza a ser común que se solicite la custodia compartida de un animal, que aparezcan en testamentos o que se les despida en un velatorio.

Lo del testamento Esther se lo ha planteado seriamente, ya que no tiene pareja y quiere asegurarse de que sus perros quedarían en buenas manos si a ella le ocurre algo. Sandra, en cambio, ya ha dado ese paso pensando en el futuro de sus «trillizas», las tres perras con las que convive.

«He hecho un documento de últimas voluntades donde especifico que, si a mí me pasa algo, mi marido se quedaría al cuidado de ellas y, si nos pasara algo a los dos, una amiga se ocupará de encontrarles unos buenos adoptantes», cuenta.

Redactar ese tipo de documentos siempre es duro, pero más aún lo es decir adiós a estos compañeros de vida cuando llega el momento. Raquel Lázaro fue muy consciente de esto hace unos 11 años cuando murió su perro y su familia tuvo que enterrar el cuerpo del animal en el campo porque no encontraron mejor opción.

En aquel momento decidieron fundar Cremascota, una empresa familiar que permite a las familias tener una despedida «digna» y «a la altura del amor y el respeto» que dan estos animales. Además del servicio de incineración y la entrega de cenizas, ofrecen unas instalaciones para brindar al animal un pequeño velatorio similar al de los humanos:

«Se les hace tanatoestética, igual que a las personas. Se les prepara siempre como si estuvieran dormiditos para que se puedan quedar con una buena imagen. Se quedan allí, despidiéndose un ratito, y luego ya, una vez terminada la incineración, se llevarían las cenizas directamente», explica la gerente.

Además de entregarle a las familias las cenizas en una urna o caja, se les da una huella personalizada del animal (que recogen con una pasta) y la inicial de su nombre junto con un portavelas realizado con cemento decorativo. También se pueden adquirir colgantes relicarios en los que se puede guardar una pequeña parte de las cenizas.

Tras explicar esos detalles y afirmar que cada vez hay más personas que optan por este tipo de despedidas, Lázaro subraya que los animales de compañía «ya son los nuevos hijos».

«Y, desde nuestro punto de vista, te dan muchas veces más alegría y demuestran más empatía que mucha gente», concluye.

Leer más: rtve.es

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