Bandas juveniles, entre la violencia, la pobreza y el desarraigo: «Es el único lugar donde se sienten importantes»


  • Las pandillas ‘latinas’ nacieron en EE. UU. y llegaron a España en los 2000; ahora son más heterogéneas
  • Los expertos piden que las medidas policiales vayan acompañadas de educación y alternativas para los jóvenes

La muerte de dos jóvenes el pasado fin de semana en reyertas de bandas juveniles en Madrid ha hecho saltar las alarmas.

Las pandillas violentas -a menudo llamadas “latinas” por la raíz cultural de muchos de sus miembros- son un fenómeno mundial, engarzado por la desigualdad social, la falta de arraigo y una dosis nada desdeñable de “atractivo” para los jóvenes vulnerables.

DDP, Trinitarios, Ñetas, Latin Kings…

En España, el protagonismo en los últimos días recae en el enfrentamiento entre las bandas de los Trinitiarios y los Dominicans Don’t Play (DDP). “Hay una especie de vendetta por los asesinatos de enero y agosto, y ha ocurrido este repunte”, explica la antropóloga Katia Núñez en una entrevista en La Hora de la 1.

Pero no son las únicas. La pandilla Blood ha copado recientemente titulares por la detención de varios de sus miembros y otras viejas conocidas, como los Ñetas y los Latin Kings, siguen en activo. También la Mara Salvatrucha, muy violenta, ya está instalada en el país, aunque continúa siendo minoritaria.

Actúan sobre todo en Madrid y Barcelona, pero algunas poco a poco se han hecho fuertes también en País Vasco y están presentes en otras ciudades como Valencia, Zaragoza, Toledo o Guadalajara. Con todo, representan una parte pequeña de la criminalidad global de un país, donde no existen grandes problemas de seguridad ciudadana.

Según recoge Europa Press, el Ministerio del Interior contabiliza 600 grupos organizados y violentos de carácter juvenil en toda España. De los catalogados policialmente como «grupos de referencia» existen siete bandas “latinas” frente a las nueve de extrema derecha, cinco de extrema izquierda y otra relacionada con ámbitos como el deporte.

Más niños, más mujeres

De acuerdo con los expertos, el riesgo no está en que haya más bandas, sino en que cuentan con más simpatizantes entre los jóvenes vulnerables. Así, las pandillas son más heterogéneas, con integrantes de todas las nacionalidades.

Pueden ser la “segunda generación de jóvenes que han nacido aquí de padres y madres latinoamericanos”, pero también hijos de familias españolas, de origen subsahariano… En su mayoría, “españoles o nacionalizados”, puntualiza Carles Feixa, catedrático de antropología social en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.


Este jueves y por este mismo asunto tuvieron un enfrentamiento la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y la portavoz de Vox, Rocío Monasterio, en la Asamblea madrileña.

Monasterio insistió en vincular inseguridad con los menores extranjeros no acompañados y la ‘popular’ le espetó: «Son bandas juveniles que son españolas», y añadió que, en el caso de las bandas «latinas», «son inmigrantes de segunda generación, tan españoles como Abascal, como usted o como yo».


Además, los integrantes de las bandas pueden incorporarse siendo apenas unos niños. “Se han detectado jóvenes a partir de los 11 años de edad, aunque el grueso lo componen pandilleros entre 15 y 23 años”, según resalta el Observatorio de 2020 del Centro de Ayuda Cristiano, un proyecto de la Iglesia Evangélica en Madrid que cuenta con un programa de acompañamiento y reinserción para ellos.

Desde allí, también han podido observar cómo se han abierto paso las mujeres, incluso, con bandas exclusivamente femeninas, “en particular, las Latin Queens”. Lo que no ha cambiado es el origen de sus miembros, generalmente procedentes de barrios de rentas más bajas y familias desestructuradas.

Liturgia y violencia

Tradicionalmente, cada una de estas pandillas ha contado con sus propias señas de identidad: indumentarias, colores, cadenas y collares de cuentas, determinadas normas respecto a los tatuajes…

No obstante, estos rasgos ya no se muestran tanto en público, para evitar ser identificados por bandas rivales o la policía. En las reuniones privadas, eso sí, siguen siendo parte de la liturgia. También las armas:

“En Estados Unidos, lamentablemente, hay más acceso a armas de fuego, igual que en República Dominicana. Aquí, un menor no puede comprar una pistola”, señala Núñez para explicar el uso de los machetes en las dos muertes del fin de semana en Madrid.

Tras estos hechos, el Ministerio del Interior ha anunciado este jueves que revisará la regulación de la venta y uso de armas blancas.

Pero mientras se impone la discreción en algunos aspectos, en otros se ha saltado por los aires. Los jóvenes pandilleros usan las redes sociales para comunicarse, captar, dar instrucciones e, incluso, alardear. De hecho, en YouTube pueden encontrarse vídeos a algunos miembros que presumen rapeando de armas y drogas y muestran los símbolos, consignas y colores de su banda.

Lazos culturales en España, Estados Unidos y Latinoamérica

Para comprender el por qué de este fenómeno violento hay que ir al origen. “Las bandas juveniles no son un fenómeno importado, sino que ya tiene antecedentes desde los años 40 y 50, a partir de los procesos migratorios y la situación de los jóvenes en las periferias urbanas”.

El antropólogo Carlos Feixa lleva más de 30 años estudiando y trabajando con bandas juveniles en España y recuerda que en la década de los ochenta las pandillas se vinculaban sobre todo a tribus urbanas, rivalidades musicales y a la vida nocturna, “con la excepción de los llamados quinquis”.

Las bandas «latinas», en cambio, nacen en Estados Unidos, en el seno de la comunidad inmigrante.

“Los Latin Kings se originan en Chicago, los Ñetas en Puerto Rico, los Trinitarios en Nueva York… Las maras no nacen en El Salvador, nacen en Los Ángeles”, subraya, aupadas “por los procesos de deportación trágicos” que ejecutaron algunos Gobiernos estadounidenses.

De la generación 1.5 a los jóvenes españoles

La llegada a Europa de estas bandas juveniles ocurre de la mano de lo que Feixa llama “la generación 1.5” a partir del año 2000. “Se produce básicamente por un proceso de reagrupación familiar.

Primero emigran las madres sobre todo y, al cabo de unos años, vienen sus hijos e hijas que habían nacido y crecido en los lugares de origen: Ecuador y República Dominicana, aunque también en Colombia y otros lugares…”.

Al llegar aquí, algunos reprodujeron la cultura de las bandas, “en parte, porque era el único espacio de sociabilidad entre ellos y acogida” que encuentran.

Posteriormente, cuando ya hablamos de segundas generaciones y españoles como miembros de estas bandas, detrás hay un entramado de pobreza, desesperanza, problemas familiares y falta de “alternativas vitales”.

En ese sentido, la antropóloga Katia Núñez habla de la “guetización” de algunos barrios, porque son más pobres, la vivienda es más barata y hay un porcentaje mayor de población inmigrante. Así, durante las crisis económicas, como la actual pandemia, estos jóvenes “se ven abocados a la economía sumergida”, apunta también Feixa.

No obstante, las bandas tienen igualmente una dimensión emocional, identitaria, humana. “En los estudios hemos visto cómo a menudo han sido hermandades de acogida para jóvenes que de otro modo estaban desenraizados”, asegura el catedrático.

“La juventud es una etapa en la cual se rompen los vínculos con la familia de origen y se buscan nuevos. Los grupos de coetáneos, las bandas, cumplen esa función (…) Para los jóvenes en una situación de exclusión, víctimas del racismo o de la falta de oportunidades, es el único lugar donde pueden sentirse importantes”.

Entrar, escalar, salir…

Estos barrios “guetizados” marcan las zonas de influencia de las bandas. “Se reúnen en los parques, como un grupo de iguales. Es así como pasa”, advierte la antropóloga Núñez en TVE.

“No están ahí con los machetes, están pasándolo bien. Por eso los menores acceden y ese es el peligro, porque no saben donde se meten”. Tras la pandemia, el Centro de Ayuda Cristiano alerta de cómo esa captación se ha extendido a inmediaciones de los colegios y fiestas ilegales, organizadas en inmuebles vacíos.

Asimismo, la investigadora detalla en la entrevista que no es habitual “hacer méritos” para entrar en las bandas, aunque sí para “escalar posiciones” y conseguir una “posición de relevancia dentro de la organización”.

Además, aseguran desde la organización evangélica, es necesario pagar cuotas semanales y hasta 3.000 euros para desvincularse, un “gran negocio” al que se suma la actividad delictiva con robos y venta de estupefacientes.

Con todo, los expertos en bandas no creen que episodios como el de este fin de semana ahuyente a otros. “La escenografía pandillera, la cultura gansta y que se hable mucho de ello, aunque sea de manera supuestamente condenatoria, a muchos jóvenes les resulta atractivo”, valora Feixas.

Más acción que prevención

Tras el asesinato de dos jóvenes en el lapso de unas horas en Madrid, la delegada del Gobierno, Mercedes González, ha anunciado este jueves un nuevo ‘Plan de Actuación contra las bandas juveniles’ con el objetivo de “neutralizar la escalada delincuencial que estamos detectando desde finales del pasado año».

Pero tanto González como los antropólogos expertos en bandas criminales creen que esto es solo atender las consecuencias: hace falta prevenir el problema, con educación y alternativas para los jóvenes vulnerables.

Desde el grupo TRANSGANG, que lidera Feixa y del que forma parte también Núñez, apuestan por perseguir a los individuos que cometen los crímenes, pero no “desarticular” las bandas.

“Nosotros lo que intentamos no es eliminar las bandas, sino que vehiculen esa manera de sentirse importantes a través de otros medios como la música, la creatividad, el arte, la educación, la cocina…. Si el único medio que tienen de sentirse importantes es tener un cuchillo para enfrentarse con otros, estamos cometiendo un grave error”, zanja el profesor.

Leer más: rtve.es

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