Los que ya estaban averiados antes de la peste, los que sentían su existencia como una ciudad sin ruinas y sin murallas, sospecho que su única ilusión era que llegara la noche y poder dormir sabiendo que su pesadilla retornaría al despertarse. Pero ese fúnebre estado de ánimo deben de compartirlo ahora multitudes que antes se llevaban razonablemente bien con la vida. Han descubierto la hipocondría, el dolor somático, la bruma, el agotamiento y el miedo instalados en su cuerpo y en su alma. Los que tengan familia a su cargo ni siquiera podrán permitirse la depresión pasiva. Eufóricos solo concibo a los que van a forrarse aún más con la aparición del monstruo. Presente y futuro tampoco son amenazantes para profesiones tan seguras como la política y el funcionariado, pero el resto debe de andar hecho polvo.
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